Primero hay que hacer un poco de historia. Las durísimas sanciones económicas impuestas por los aliados a Alemania tras la Primera Guerra Mundial, realmente imposibles de pagar, tuvieron mucho que ver con la crisis de la República de Weimar, sus propios y reiterados impagos, la ascensión del partido nazi de Adolf Hitler al poder y hasta la propia crisis bursátil del año 29 en Wall Street, producida en gran parte por la sobreproducción norteamericana para vender a Europa, lo que se llevó por delante la mayor parte de la economía mundial.
Aprender de los errores
Sin embargo, Estados Unidos aprendió la lección y aceptó que no se puede pedir a quien no tiene, de manera que primero hay que ayudarle y luego ya pedirle la factura con unos intereses. Así que mucho antes de que terminase la Segunda Guerra Mundial ya estaba preparando un programa de ayudas para la reconstrucción de Europa, tanto de Alemania como del resto de países que estuvieron en el conflicto bélico, empezando por sus aliados, Reino Unido y Francia, que finalmente se comenzó a aplicar en 1947–1948 y que se denominó plan Marshall.
Este plan y sus importantes inversiones no agilizaron únicamente la recuperación de los países europeos, si no que fundamentalmente impactaron en la propia economía norteamericana, que vivió su edad de oro desde el final de la guerra hasta los años sesenta, con importantes crecimientos del PIB y una sensación de riqueza y poderío de la hegemonía norteamericana en todo el mundo.
Ahora la actualidad pone de manifiesto que en la crisis provocada por la guerra de Ucrania, la administración Biden sigue comportándose bajo los parámetros anteriormente descritos. El gran impacto del conflicto bélico en el precio de los carburantes, particularmente el gas, está suponiendo un fuerte incremento de las exportaciones de gas norteamericanas, al punto de que según analistas internacionales, probablemente, este mismo año EE.UU. se convertirá, o quizás se ha convertido ya, en el primer exportador mundial de gas natural, desbancando a Qatar y Australia.
Rentabilidad del fracking
Las sanciones a Rusia han disparado las ventas de Estados Unidos de esta materia prima a Europa y también a China, donde acaba de firmar jugosos contratos. Además, estas ventas se han visto beneficiadas por la fuerte subida de precios, lo que ha llevado a las exploraciones de fracking a la rentabilidad, al punto que se vuelven a acumular las solicitudes sobre la mesa para seguir aplicando esta técnica extractiva en distintos territorios norteamericanos.
Hay que tener en cuenta que el proceso para la obtención de este gas es mucho más caro que las perforaciones verticales que pinchan bolsas de gas y en las que apenas hay que poner unas tuberías. Se calcula que el coste del fracking puede ser el doble, ya que luego hay que repercutir el proceso de licuefacción para pasarlo a líquido, su transporte en los llamados barcos metaneros, y, finalmente, cuando llega a puerto, el proceso de regasificación para volver a convertirlo en gas antes de ponerlo en el punto de venta.
Ecológica Europa
No deja de ser curioso que la ecológica Europa, que en líneas generales ha puesto país por país la proa a esta técnica de fractura hidráulica por causas medioambientales, esté ahora comprando a mansalva gas proveniente de fracking a los EE.UU. Bueno, realmente es un caso parecido al del sector nuclear, si tenemos en cuenta como están en Europa los cierres de estas plantas frente al proceso de alargar la vida de sus centrales nucleares 80 años más en Estados Unidos.
En la mayor parte de países del viejo continente, como en España, actualmente primer importador europeo de gas norteamericano, se consideró que esta técnica era muy peligrosa para el medio ambiente, ya que se cree que puede contaminar los acuíferos y provocar movimientos de tierra, terremotos y hasta radiaciones, entre otras muchas cosas, aunque no haya realmente nada probado ni para los partidarios ni para los detractores.
Por dar una definición, el fracking consiste en inyectar un fluido químico, aunque compuesto principalmente por agua a alta presión en determinadas formaciones rocosas, con la finalidad de abrir fisuras para que escape el gas o el petróleo y así ser extraído del subsuelo.
Producción disparada
La sencilla realidad es que desde que en 2008 Estados Unidos decidió apostar por esta técnica de extracción de hidrocarburos, para reducir su dependencia energética de Oriente Medio, ha pasado de ser un importador neto de gas a convertirse, o estar a punto de ello, en el primer exportador mundial. Y esto se ha producido porque su producción de gas natural ha crecido un 70% por la aplicación de técnicas de fracking, que, por cierto, también se usan para la extracción y producción de petróleo, y en la que los norteamericanos han cosechado el mismo éxito.
Por meter una cuña con España, aunque sin entrar en demasiadas honduras y sin hablar del fracasado proyecto Castor, un informe del Consejo Superior de Colegios de Ingenieros de Minas de 2013 auguraba que existen reservas de gas que podrían obtenerse por fracking que cubrirían 39 años de consumo. Y hay otros estudios que duplican esta posibilidad de reservas, pero no se trata de seguir por este camino, no tiene sentido, ya que es una técnica de extracción que no está autorizada en nuestro país.
Bloqueo al gas ruso y precios altos
Retomando el hilo, todos los analistas consideran que a la administración Biden le interesa hoy por hoy mantener bloqueada la competencia rusa en el gas, y que los precios sigan altos para hacer la mayor caja posible. Por ello, echan en falta más empeño de EE.UU. en parar la guerra inmediatamente y atisban el riesgo de que el conflicto bélico se enquiste y se prolongue innecesariamente.
Y hay más argumentos en este sentido, añaden, como es el reforzamiento que está experimentando la OTAN a partir de la agresión de Rusia a Ucrania y que ha quedado evidenciado en la reciente cumbre de Madrid. Se trata de un movimiento que, sin duda, Estados Unidos valora muy positivamente, ya que lleva años intentando que los distintos países del viejo continente, entre ellos España, se rasquen más el bolsillo para mantener los acuerdos de defensa común, lo que ahora, de repente, milagrosamente todos han empezado a entender.
Y todo eso ha empezado a encajar, como prueba el reforzamiento de la organización de defensa militar y hasta los nuevos países que ya se están integrando en la alianza atlántica.