ANÁLISIS

Una naranja, 1,10 euros, 183,3 pesetas

La in­fla­ción, que ha cam­biado ya los há­bitos de con­sumo, y la lo­te­ría, se con­si­deran los im­puestos de los po­bres

Loteria
Loteria

¿Se acuerdan de aquella pe­lí­cula tan her­mosa de Carlos Iglesias que se lla­maba ‘Un franco, 14 pe­se­tas’? Pues en cálculos así es­tamos ya la mayor parte de no­so­tros cada vez que vamos a un su­per­mer­cado, una ga­so­li­nera o te­nemos que en­cargar algún ser­vi­cio. Echando nú­meros y nú­meros en la ca­beza y com­pa­rando los pre­cios para ver dónde po­demos aho­rrarnos unos cuantos eu­ros. Y todo por culpa de la subida de pre­cios, la tan te­mida in­fla­ción.

Hace pocos días, un gran amigo mío, al que por cierto tengo en la máxima consideración, me contó que había ido a comprar a un centro comercial y que cuando tenía ya casi el carro lleno se acordó de que no tenía naranjas. Se trataba de algo imperdonable para él, que tiene la costumbre de preparar unos vermuts deliciosos, en los que siempre usa rodajas de naranja como es obvio.

Así que se acercó al estante de estos cítricos, pero como en pocos días se iba de vacaciones, únicamente cogió una pieza de tamaño mediano tirando a grande. Pensando que sólo era una, decidió, como hacemos normalmente con los melones o sandías, que no sería necesario envolverla y que se podía limitar a poner la pegatina con el precio sobre la cáscara de la naranja.

Distraído la pesó y puso la pegatina, pero por casualidad se fijó en el precio antes de depositarla en el carro y vio que la naranja costaba 1,10 euros.

Un buen susto

No es que sufriera un colapso, ni un golpe de calor tan de moda en estos días, tampoco vamos a exagerar. Pero sí un susto y quedarse impresionado, al punto de empezar a efectuar cálculos mentales a toda velocidad y, tras ellos, decidir finalmente dejar la naranja en el montón donde estaba y continuar con sus compras, eso sí, fijándose a partir de entonces mucho más detenidamente en todos los precios.

Según me explicó, no es exactamente que se sintiera sometido a un robo o un timo. Para nada, no fue eso, me dijo. Realmente, y uso sus palabras, fue como una revelación, como descubrir de repente que su situación económica no era tan sólida como él mismo pensaba. Quizás por ello, por sentirse más vulnerable, dejó la naranja donde estaba, tras calcular además que los 1,10 euros eran 183,3 pesetas.

Sentirnos menos seguros

Si pensamos en esto un segundo, seguramente muchos de nosotros, independientemente de nuestra situación económica, hemos experimentado algo parecido a lo de mi amigo en los últimos meses. Y nos hemos sentido menos seguros, con más incertidumbres. Convivir con una disparada inflación que pensabamos que ya no volvería nunca, está siendo bastante más díficil de lo que pensábamos, hasta el punto de que poco a poco, según dicen los expertos, está provocando grandes cambios en nuestos hábitos de consumo.

Ha subido el tiempo que dedicamos a comprar, ahora nos fijamos más en los precios antes de decidir y comparamos, las segundas marcas de los fabricantes han entrado directamente en nuestras bolsas de la compra, como esos productos próximos a caducar pero que aguantan perfectamente y así infinidad de detalles. Por no hablar de los establecimientos llamados ‘low cost’ que proliferan como setas por toda nuestra geografía. Es el caso de estas gasolineras de bajo coste que han llegado para quedarse y en las que las colas son bastante más frecuentes que en las tradicionales.

Créditos para la compra

Y hay más y muy preocupante, la demanda de financiación para el consumo está creciendo un 29,3% este verano, el doble que el año pasado por las mismas fechas, lo que viene a significar que los españoles, tras fundirse los ahorros de la etapa de estar en casa por el coronavirus, están ahora endeudándose a marchas forzadas. Pero lo hacen para pagar sus gastos corrientes de consumo, no los caprichos como antes.

La pérdida de poder adquisitivo de los hogares está siendo desproporcionada por la fuerte subida de los precios, sobre todo los energéticos y los de alimentación y consumo. Con una inflación superior al 10% todo está por las nubes y ha subido casi todo probablemente mucho más de lo que debería haberlo hecho, impactando a una población que ve cómo sus salarios o sus pensiones no están incrementándose en la misma proporción.

Y como siempre cada mes es un reto tras otro, que si los gastos extras de Navidad, que si las vacaciones de verano, que si la vuelta al colegio, que si las fiestas de donde vivimos, tantas oportunidades de gastar que asustan.

Hay muchos culpables

No tengo ninguna duda, y siento decirlo, al margen de la situación económica internacional y luego la española en particular, que son las que causan la inflación que vivimos, también una gran mayoría de ciudadanos son culpables de provocarla, por cargar a lo que producen o venden más de lo que se les han incrementado a ellos los costes. Y esto es así y lo podemos observar cada día sencillamente comparando.

Es indudable que no son iguales los costes en un local de hostelería con empleados o sin ellos o si es en propiedad o de alquiler, pero decían el otro día en un reportaje en televisión que la horquilla de subida del menú del día se sitúa entre un 5%, la más moderada y un 20% la más alta. Pues así con todo.

Este proceso inflacionista, que esperemos que no dure demasiado, está cambiando incluso nuestros hábitos alimentarios. Al parecer el consumo de pescado, vacuno y de fruta fresca se ha desplomado y se está incrementando el de congelados o el de las carnes más baratas.

España no es una excepción

La realidad es que esta subida de precios se está produciendo a nivel mundial por distintas causas y España no es una excepción, aunque nuestra situación sea un poco peor si la comparamos con nuestro homólogos europeos. La tasa de inflación armonizada en España se situó en julio en el 10,7%, frente al 10% de junio, ampliando el diferencial de precios desfavorable respecto de la media de la eurozona, y aún más si se compara con las mayores economías de la Unión Europea.

Lamentablemente hemos ensanchado la brecha respecto a países como Alemania, Italia o Francia, hasta superar los dos puntos de diferencia. Estas grandes economías de la UE están logrando hasta ahora mantener los precios por debajo del 8,5% y nosotros todavía no.

Dicen los expertos que la inflación y la lotería o los juegos de azar, algo muy extendido en estas latitudes, son los impuestos de los pobres, así que esperemos que esta tormenta inflacionista se pase cuanto antes. De lo contrario, es más que probable que la mayoría de españoles nos vayamos dando cuenta de que estamos mucho más afectados de lo que pensábamos por la subida de los precios y de que el futuro está mucho menos atado de lo que creemos.

Artículos relacionados